Fugitivas

Volver, ¿a dónde? – Natalia García Freire nos habla sobre el libro ‘Esto no es un hogar’

 

 

No hay ningún sitio como el hogar. El único problema es que cuando estás terriblemente deprimida, desesperada, agotada, no tienes ni cochina idea de dónde está ese hogar. Y vas dando tumbos, buscando el hogar perdido, el lugar seguro, el sitio en el que ese latido extraño que sientes no te martille la cabeza. Entonces, tu propia casa se convierte en un sitio amenazante, ajeno, un lugar cuyas paredes pueden cerrarse y aplastarte, donde la cama está llena de cucarachas invisibles, o en la que el charco de basura vieja te acorrala como un virus. De eso va este libro, informe, testimonio, novela; no pretendo clasificarlo, no es posible. Imaginen una planta marchita, a punto de morir, imaginen que quieren trasplantarla, que su afán sincero es salvarla; pero cuando la sacan de de su maceta y miran las raíces se dan cuenta de que ahí, en medio de esa maraña, hay un corazón vegetal que late cada vez más lento.

 

Eso es este libro: un puñado de raíces a medio morir.

 

Alexandra Suzzarini nos muestra cómo un hospital psiquiátrico puede ser el no lugar más frío de todos. Como todos los no lugares: un aeropuerto o un centro comercial del que no puedes salir, pero tampoco tienes a dónde ir. Un no lugar que se acondiciona como una casa (con lo que se tiene, que es muy poco), en el que le cuentas a una extraña tu peor secreto mientras le peinas el cabello, donde amas y te aman aun conociendo que llevas más de tres rescates en el mismo día; pero también un lugar que te expulsa, un sitio en el que caben todas las tristezas, todas; una casa donde no hay cerrojos en las puertas y la enfermera llega siempre a tiempo a hacerte dormir, sin tocarte, ni cubrirte con una manta como lo haría una madre; solo extendiendo su mano y dándote tu pastilla, lo más parecido a una caricia o un abrazo.

 

¿Es este el único destino para quienes no funcionamos en el mundo real? No, pero considerando las pocas ganas que existen de crear un mundo mejor en el que quepamos todos, un hospital psiquiátrico es lo más parecido a un búnker, un sitio donde el mundo que te ha dejado fuera ya no puede afectarte, ni tú a él; un sitio en el que no te sientes un completo despojo. Tan solo un despojo a medias.

 

En la carta que Virginia Woolf le envió a su marido antes de morir ponía:

 

Querido,

 

estoy segura de que, de nuevo, me vuelvo loca. Creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a recuperarme en esta ocasión. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor. Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todo momento todo lo que uno puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta el momento en que sobrevino esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo. Se que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, lo se. Te das cuenta, ni siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer…

 

La idea de ser una carga, de ser una criatura defectuosa, que daña al otro solo con su existencia, es lo que más me destroza en esta carta. Ser una roca, no una nube, no un árbol, como en el cuento de Carson McCullers, a quien, como a Virginia Woolf, siempre recuerdo en sus fotografías con la tierna mirada del desamparo. Suzzarini nos habla desde esa casa sin techo en la que tantas otras hemos habitado, esa casa que ya no es una casa, pero que tampoco se ha convertido en una tumba, nos habla desde ese sitio en el que ni siquiera se puede hacer lo que más se ama: leer o escribir. Y también desde el sitio en el que es casi imposible amar, como en el poema de Sharon Olds: …iría a cualquier parte con alguien entregado al amor, pero ¿cómo alguien entregado al amor soportaría esta muerte?

 

Ese fragmento del poema es el epígrafe que abre el cuento magistral Tumble Home de Amy Hempel. Lo mejor de Amy Hempel son sus frases y su humor. El cuento sucede también en un hospital psiquiátrico y como Hempel, Suzzarini es capaz de mezclar en una sola escena imágenes que pueden causarte desolación, llanto o tan solo una hermosa carcajada:

 

—Túmbame la farola encima.

—No se puede —me contestó muy seria mientras estudiaba la estructura del poste—Se ve que lo han intentado ya antes. Tiene un anclaje muy elaborado.

 

Quizá porque es todo lo que podemos hacer para enfrentar el desamparo: buscar el amor, la belleza, la risa en los lugares menos esperados. Ya no soy yo, me parece, dice el personaje de Tumble Home y se pregunta ¿Quiénes de los que están aquí lo son? En este libro nadie es lo que parece, nadie es lo que se espera de él o ella, nadie es. Aquí no hay hogares, ni personas, solo seres que no vemos, detrás de puertas que nadie quiere abrir. Y quizá por eso sea tan importante leerlo, porque al final, el libro mismo es un hogar, el que no encuentra la protagonista, el que todas necesitamos.

 

 

Natalia García Freire

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